Estaba plantado ante el amplio escaparate
de una hermosa tienda de antigüedades.
Llamó mi atención una pequeña caja de música,
en su base central una bella bailarina estática,
la curiosidad y el ímpetu me tentaban,
atravesé la puerta y me embarqué a la aventura.
En la entrada relucientes figuritas de cristal
junto a un pequeño caballito de madera de ébano,
probablemente de algún viejo tiovivo abandonado.
El vendedor estaba ordenando concienzudamente varios libros,
pero pronto se detuvo, giró en sí y dejó sus tareas,
reparó en mi presencia, clavó su mirada y se acercó a mí.
Era un hombre mayor, de cabello blanco, bien peinado
y bigote recortado, enjutado en un bonito traje gris.
Sonaba de fondo el tercer acto de la overtura de La Traviata
dando un espectro musical diferente a la escena,
un ambiente más oscuro, más siniestro,
tanto que me inquietaba y hasta a mi corazón asustaba.
Él me dijo;
Todo lo que hay aquí esta a la venta
pero no todo lo que esta a la venta esta aquí.
Y yo le comenté
que era la caja de música mi objeto interesado.
Fue directo a buscarla y la dejó con cuidado en mis manos,
es difícil explicar todas las emociones que me atravesaron
y el cúmulo de fotogramas que se mostraron ante mí.
Perplejo y ensimismado, de repente me veo observando
a la bailarina que me esta rodeando con sus brazos,
ella me sonríe y se desvanece cuando abro mis ojos castaños.
Era la misma fruta prohibida tallada en madera,
se escapaba a mi temple, no lo podía evitar
y abrazando a mi valioso tesoro pagué en metálico.
Le reconocí, era el mismo Diablo, un vendedor ambulante,
que ahora, vino a este pueblo para quedarse
y le vendí mi alma por la compra de un tangible sueño.
He firmado un contrato con mi propia sangre
y el por qué de la pregunta es demasiado simple,
fui débil y me he dejado llevar por la tentación.
Son los siete pecados los que a mi alma han embriagado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario