lunes, 26 de julio de 2010

Límite de velocidad

Es un sueño o una pesadilla,
Dentro de una ilusión,
Lejos de toda verdad,
Apartando la realidad.

Es la fantasía que engloba mi mundo
Un juego peligroso que me consume
Muy lentamente.

Me resulta difícil escapar de ti,
Cuando se que lo único que quiero
Son Las Mil y Una Noches contigo.

Me atrapas en una tela de araña,
Que me envuelve sin cesar.
Como un complejo laberinto
Cuyo centro es lineal.

Estoy tan cerca de ti
Y a la vez te encuentro tan lejos.

Es como conducir por una carretera
Donde no existe límite de velocidad
En la que voy acelerando más y más.
Directo hacia un gran muro final.


domingo, 4 de julio de 2010

Bienvenido a Castle Rock

Estaba plantado ante el amplio escaparate
de una hermosa tienda de antigüedades.

Llamó mi atención una pequeña caja de música,
en su base central una bella bailarina estática,
la curiosidad y el ímpetu me tentaban,
atravesé la puerta y me embarqué a la aventura.

En la entrada relucientes figuritas de cristal
junto a un pequeño caballito de madera de ébano,
probablemente de algún viejo tiovivo abandonado.

El vendedor estaba ordenando concienzudamente varios libros,
pero pronto se detuvo, giró en sí y dejó sus tareas,
reparó en mi presencia, clavó su mirada y se acercó a mí.

Era un hombre mayor, de cabello blanco, bien peinado
y bigote recortado, enjutado en un bonito traje gris.

Sonaba de fondo el tercer acto de la overtura de La Traviata
dando un espectro musical diferente a la escena,
un ambiente más oscuro, más siniestro,
tanto que me inquietaba y hasta a mi corazón asustaba.

Él me dijo;
Todo lo que hay aquí esta a la venta
pero no todo lo que esta a la venta esta aquí.

Y yo le comenté
que era la caja de música mi objeto interesado.

Fue directo a buscarla y la dejó con cuidado en mis manos,
es difícil explicar todas las emociones que me atravesaron
y el cúmulo de fotogramas que se mostraron ante mí.

Perplejo y ensimismado, de repente me veo observando
a la bailarina que me esta rodeando con sus brazos,
ella me sonríe y se desvanece cuando abro mis ojos castaños.

Era la misma fruta prohibida tallada en madera,
se escapaba a mi temple, no lo podía evitar
y abrazando a mi valioso tesoro pagué en metálico.

Le reconocí, era el mismo Diablo, un vendedor ambulante,
que ahora, vino a este pueblo para quedarse
y le vendí mi alma por la compra de un tangible sueño.

He firmado un contrato con mi propia sangre
y el por qué de la pregunta es demasiado simple,
fui débil y me he dejado llevar por la tentación.
Son los siete pecados los que a mi alma han embriagado.