Manuel conducía
su coche por una solitaria carretera, a una velocidad considerablemente rápida, los arboles del linde del arcén pasaban fugaces, iluminados por las
luces largas del automóvil. Eran aproximadamente las dos de la madrugada y él
solo pensaba en llegar pronto al hotel que le esperaba cerca del puerto de la
bella costa gaditana.
Los folios de
trabajo situados en el asiento del copiloto, encima de unas hilera de finas
carpetas, bajo el teléfono móvil, con la función en ese momento de pisa
papeles, parecían moverse inestablemente con la brisa que entraba por la
rendijas de las ventanillas delanteras. Manuel los miró y pensó en el proyecto
que tendría que presentar, en la nueva sala de reuniones de la nueva empresa
que lo había contratado, sin embargo no quiso pensar en trabajo y aburrido por
la programación de la radio, cogió un CD de música de la guantera y lo introdujo
en la disquetera del aparato electrónico, subió el volumen y volvió la vista a
la carretera, entonces una fugaz sombra se cruzó delante del coche e hizo a
Manuel dar un giro brusco e inesperado al volante, llevándolo directo a un
fuerte choque frontal. De repente, todo se volvió negro, Él había perdido el
conocimiento y se encontraba en una carretera perdida en medio de algún campo
en alguna región del sur de España, con el coche empotrado entre varios árboles
del linde del asfalto.
Cuando él consiguió
despertar, debían de haber pasado aproximadamente unas cuatro horas porque
cuando alzó la vista a la luneta principal totalmente rota, levantando el
rostro del airbag ensangrentado, vio que los tonos del cielo pasaban de un azul
oscuro casi negro a tonos más claros, anaranjados y rosados. Cuando consiguió
sentarse erguido, pudo notar el sabor de la sangre y sentir como un hilo de
ésta le caía por la frente. Se desabrocho el cinturón de seguridad y cogió un
paquete de pañuelos, abrió la puerta y sintió su cuerpo entumecido, salió del
coche dejándose caer en la tierra húmeda por el rocío de la mañana, en el
suelo, con la espalda de cara a éste,
abrió el paquete de pañuelos, tomó varios de éstos y los presionó encima de su
ceja derecha y en la comisura de su labio superior. Permaneció allí tumbado
durante minutos, intentando dejar que el mundo parase de dar vueltas.
Al cabo de un
rato consiguió estabilizarse un poco y decidió levantarse, al hacerlo, cuando
estuvo en pie, frente al coche, vio que este había quedado para el desguace,
había sido un milagro que no se hubiese matado en el accidente, por suerte solo
tenía contusiones leves. Manuel entró de nuevo en el coche directo a coger el teléfono
móvil. En el momento que estuvo dentro pudo observar las piezas sueltas del teléfono
junto con los papeles en el suelo de la parte delantera. Aquello no tenía
arreglo y encima para colmo se encontraba solo, perdido y sin poder pedir ayuda
a nadie.
Salió de la masa
de hierros que antes era el automóvil y se dirigió a la carretera. Una vez
allí, miró al centro de la calzada. En ella se hallaba una masa de sangre y
carne de un rojo oscuro impactante. Manuel nunca había visto tanta sangre junta
y tras ver aquello se sintió peor de lo que ya estaba, pero aun así, siguió el
rastro que continuaba hasta el otro lado del pavimento. Él esperaba con toda su
alma que aquello no fuese un hombre que pasase por allí, que hubiese estado de
caza o dando un paseo, y entonces para su consuelo, lo vio, un ciervo enorme
con el vientre desgarrado, la escena era demasiado dantesca para Manuel, que
nada más saber que la figura que se cruzó en su camino no era más que un
animal, volvió junto a lo que quedaba de su coche, y allí se sentó en el borde
del arcén a esperar si pasaba algún coche, algo que creyó improbable pero que
podía intentar mientras descansaba y recuperaba un poco de fuerzas.
Pasaban los
segundos lentamente y los minutos se hacían horas, Manuel desesperaba cada vez
que miraba el reloj de muñeca, sin embargo, en uno de los instantes que miraba
el reloj, oyó un ruido al principio de la carretera, acercándose a una
velocidad rápida, cuando alzó la vista, observó que se trataba de un coche
blanco, y cuanto más se acercaba más detalles podía ver, se trataba de un coche
patrulla. Manuel se colocó casi en el centro de la carretera haciendo señales
con los brazos extendidos. El coche redujo la velocidad y se detuvo al lado de
Manuel. En él se encontraban dos agentes que se bajaron nada más parar.
Atendieron a Manuel y al ver que tenía solo heridas superficiales no llamaron
una ambulancia, los tres subieron en el coche patrulla, uno de los policías
habló con él mientras el otro conducía. El agente le dijo que lo dejarían en un pueblo llamado Alconas de
los Santos, al parecer era el más cercano al lugar del accidente, también le
contó que eran el relevo de los antiguos policías que se encontraban, al
parecer cada mes los renovaban.
Tardaron unos
treinta minutos en llegar al pueblo. Una vez allí, el coche fue pasando por las
calles del pueblo a velocidad reducida. En ellas habían casas blancas con
alegres jardineras, también habían algunos pequeños supermercados y uno o dos
bares. En el coche, el agente sentado en el asiento del copiloto se giró de
cara a Manuel y le dijo que patrullarían el pueblo para saber que todo estaba
en orden, porque no podían dejarlo en la comisaría ya que los únicos agentes
del pueblo eran ellos, él estaba tan relajado y cansado que no se opuso a ello.
Manuel creyó que estaría bastante rato en el coche, pero para su asombro estuvo
solo quince minutos más en él, el pueblo era muy pequeño y lo que vio al
principio también era el final. El pueblo estaba estructurado como una tela de
araña en la que todo giraba alrededor de una gran plaza central. Ya habiendo
patrullado, se fueron directos a la comisaría.
Durante todo el
trayecto hasta que llegaron al edificio, Manuel observó que las calles estaban
totalmente desiertas. Algo ocurría allí y él comenzó a pensar que debió de
haber caminado en dirección contraria, en vez de quedarse esperando a ayuda.
En la comisaría,
una vez dentro, fue llevado a una sala de espera, uno de los policías le dijo
que podía llamar en la pequeña cabina telefónica que estaba al final de la
sala. Manuel no se lo pensó ni un segundo y fue directo a llamar una vez
terminó de hablar con el policía.
Marcó el número
del jefe de su departamento en la empresa, también muy amigo suyo. Primer tono,
comunicaba, segundo tono, volvía a comunicar, tercer tono, seguía comunicando y
Manuel comenzaba a desesperarse, cuarto tono y justo al acabar éste de repente
se oyó un fuerte pitido agudo en la línea, Manuel apartó lejos de su oreja el
aparato y lo miró extrañado, quizás fuese de la línea, el pueblo estaba rodeado
de montañas y la señal podía fallar. Llamó a su hermano, y ocurrió lo mismo,
volvió a llamar, pero esta vez a un compañero de trabajo, y volvió a ocurrir lo
mismo, al cuarto tono comunicó y luego sonó el sonido agudo. Uno de los
policías entró en la sala irrumpiendo en el estado ausente y asustado de Manuel,
el cual recibió la entrada con un pequeño susto, Manuel le contó lo ocurrido y
el policía le explicó que en una de las montañas cercanas había una base
militar y a veces fallaban las comunicaciones y algunos aparatos electrónicos,
aquello desanimó mucho a Manuel, sin embargo pensó que podría conseguir un
coche y largarse de allí, le preguntó al policía si podría conseguir uno, y
éste le dijo que podía resultar difícil, ya que había muy poca gente que tenía
coche y la que lo tenía no se desharía de él, tampoco había ninguna tienda de
venta o alquiler de autos, solo un pequeño taller y allí tampoco vendían.
Manuel se sintió peor de lo que ya estaba, cuanto tiempo tendría que quedarse
allí.
Se sentó en el
pequeño sofá de la sala de estar de la comisaría. Sintió como el cansancio se
hacía con cada parte de su cuerpo y sus ojos cada vez se iban entornando más.
Una fuerte
explosión resonó en la sala, Manuel se levantó de golpe, se había quedado
dormido y no sabía que estaba pasando. En la calle se oían tiroteos por
doquier, acto seguido se escucharon gritos, Manuel no sabía cómo reaccionar, su
primer acto fue tirarse al suelo, desde el suelo se fue deslizando hasta la
ventana más próxima, se puso a agachas y alzó la mirada por una de las
esquinas, lo que vio tras los cristales le hizo creer que tenía que estar
dormido y era una pesadilla, no podía ser real. Habían militares por todas
partes disparando a civiles, éstos ensangrentados caían al suelo gritando,
volvían a levantarse y salían a correr, la dantesca escena parecía sacada de
una película de serie B.
Un golpe brusco
reventó los cristales de la puerta de la entrada, una mujer se encontraba
tirada en el suelo sangrando por la zona de la clavícula, Manuel no podía creer
lo que veía, ella volvió a levantarse dejando en el suelo un charco de sangre,
sus ojos negros como la noche escaneaban la habitación, no tardó en
encontrarle, lo miró fijamente por un instante, gritó, de su voz salió un
sonido agudo y a la vez afónico, y luego dirigió su mirada a la puerta que
había tras de él y comenzó a correr en esa dirección, a pesar de ello, desde la
puerta sonaron dos disparos directos a la mujer, éstos impactaron en el blanco
haciendo estallar su caja torácica. Tres hombres con corazas y máscaras de gas entraron
en la comisaría, vieron a Manuel y se acercaron a él apuntándole con sus
fusiles de asalto en posición defensiva, uno de ellos se acercó a Manuel
mientras los otros dos seguían apuntándole, el hombre levantó los parpados de
Manuel con sus manos enguantadas en látex, observando sus ojos, y luego le
agarró con una mano en la barbilla haciéndole girar la cara de izquierda a
derecha.
Tras unos
segundos, aquel hombre dijo "Limpio" a sus compañeros a través de la
máscara de gas, dando a su voz un tono mecánico. El hombre se dirigió a la
puerta del final de la habitación con su fusil en alto, mientras que otro de
los compañeros le cubría las espaldas, el tercer hombre permanecía delante de
Manuel, cuando se acercó, levantó el arma y golpeó fuertemente la nuca de
éste, Manuel calló automáticamente al
suelo.
Manuel sintió un
fuerte pinchazo en su brazo derecho, abrió lentamente los ojos, vio como una
pequeña jeringuilla se llenaba poco a poco de su sangre, siguió con los ojos
entornados mientras a su alrededor veía como podía a varias figuras con batas
blanca que se movían de un lado a otro cogiendo pequeños tarritos y hablando
mientras que Manuel se encontraba tumbado en una especie de camilla-silla en la
que se encontraba atado con unas correas de cuero y metal. Los médicos hablaban
de los resultados de algo llamado proyecto 2.
- Aún no me explico cómo pudieron
escaparse varios de los animales, tuvimos suerte
de que no fueran las aves.- Dijo el médico que sacaba la sangre de Manuel.
- Lo peor ha sido la contención del
proyecto, Alconas de los Santos ya no existe y ha
sido todo gracias a la eficacia de este centro.- Contestó el que se encontraba más alejado con un tono sarcástico
mientras recogía unos tarritos con etiquetas.
- Podía haber sido peor de lo que
fue, ahora la pregunta es ¿qué hacía este hombre allí? Se supone que Alconas era una zona cerrada.- Dijo el
médico que cogía una nueva
jeringuilla más grande y la clavaba en el brazo de Manuel.
- Los informáticos están buscado
información de él, lo que sabemos por ahora es que
se llama Manuel Avellán y trabaja en publicidad, al parecer iba a una conferencia sobre el efecto de la
publicidad en el consumidor. Encontraron su coche
en las afueras de Alconas, estaba destrozado, lo curioso es que se topó con un ciervo.- El médico que ordenaba
los tarros fue interrumpido por una enfermera.
- ¿Un ciervo? ¿De la serie 3?.- Dijo
ésta. El médico asintió y ella prosiguió con la conversación. - ¿Y en qué estado se encontraba?-
- Estaba reventado, chocó de canto
con el coche, el cuerpo está en el centro pero no
estamos autorizados para su autopsia, solo los que son L 5 tienen acceso a
ello, el caso ha abierto una herida
en el centro. Clay y yo, creemos que ya estaba herido de antes del choque, estamos casi seguros de que podría ser la
causa de la infección de Alconas,
el ciervo herido pudo ir a beber al río e infectar a la población, los niveles del agua daban positivos. Ahora se
mantiene todo en cuarentena. Ésta es la
explicación más razonable, el problema es que no fue el único animal que se escapó.- Respondió el
médico que llevaba los tarros con ayuda de la enfermera
a un armario de cristal.
Manuel abrió los
ojos al pensar en el ciervo y en todo lo que había ocurrido, el médico que
antes le sacaba sangre y estaba sentado junto a él mirando a sus compañeros por
la conversación, miró a Manuel y vio que éste ya se había despertado, le dijo
nada más verlo, que estuviese tranquilo que no tenía por qué preocuparse y que
ahora le darían la solución a sus problemas y que pronto podría irse a casa,
sin tiempo a que Manuel contestase o reaccionase, el médico ya estaba
inyectando en su brazo una sustancia naranja eléctrico en su hombro. Manuel
sintió como sus parpados pesaban más y más y oía cada menos la voz del médico diciéndole
que estuviese tranquilo que toda la pesadilla había terminado.
Dos meses
después, en una habitación metálica con un habitáculo romboide de cristal, de
metro y medio de ancho y de dos metros y medio de altura, lleno de un agua carmesí,
situado en el centro de la sala, se encuentra un cuerpo encerrado en su
interior, apenas reconocible, lleno de tubos pequeños, que se unían y enlazaban
con el cuerpo, encadenado a unas sujeciones en las paredes del habitáculo.
En medio del
cristal se encontraba una pequeña placa metálica, brillante y dorada, con el número 0-2078
D, y seguido de éste, el nombre de Manuel Avellán Rivas.