sábado, 19 de marzo de 2011

Las cenizas del Fénix

A estas alturas continúo eligiendo
La claridad del sol y la oscuridad del lodo.
Y esa elección nunca ha sido buena.

Pero no me importa, de todos modos,
Puedes llamarme extremista y radical.

Soy el hijo perdido del Fénix
Tratando de resurgir desde la ambigüedad.
Busco a mi ángel protector,
Para evitar esta autodestrucción que envuelve mis pasos.

No existen los héroes,
No me confundas con un superhumano,
Si necesitabas uno por qué acudiste a mí.
Mis besos estaban rebosantes de un letal veneno,

Que corrompió diligente todas las venas de tu cuerpo.
No existe antídoto en el cosmos que pueda sanarte,
No hay alcohol en este mundo para desinfectarte.
La naturaleza me ha concebido de esta suerte.

Persigo el calor de una mirada,
De esas que atraviesan el alma.
Tengo que dejar de caminar por el Infierno entre zarzas.

Voy descalzo sobre cristales afilados
Y sostengo en mis propias manos clavos oxidados.

Yo no soy tu salvador.
A caso puede un pez volar,
Es un hecho establecido escrito en mi sino.
Soy una piedra que se hunde en este vasto mar.

Yo no soy el guardián de tu destino.
Deambulo por el borde de la iniquidad,
En las sombras de una desconcertante perplejidad.
Soy incapaz de protegerte correctamente de todo mal.

Más bien, es menester de mi alma abrazar la salvación,
Estoy descendiendo en rápido descenso
Hacia la guarida de los monstruos
Y en compañía de lobos.

Derrumbando a golpes el abismo que me confina.
No puedo salvarme ni tan si quiera de mi propio ser.
Sólo espero y pido a la soberbia fortuna evitar el yerro,
Y estar cayendo para algún día alzarme de nuevo.

He de encontrar a la amante mirada,
De esas que atraviesan el alma.
Que sea la llama que prenda mis alas
Y me permita del fuego renacer.


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